Recopilación: Cuentos cortos de terror

 Asombroso parecido


Un padre de familia volvía del trabajo cuando sonó su teléfono; era su jefe. Respondió rápidamente, descuidando la vista del camino. Su interlocutor le pidió que regresara rápidamente a la oficina y su tono de voz le indicaba que había sucedido algo grave. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el estrés consumía a este hombre con el pasar de los segundos. Su hijo jugaba en el asiento trasero y sus risas lo desconcentraban. Un sentimiento de furia se apoderó de él. Influenciado por el odio que sentía hacia su jefe y la ansiedad que le producían las risas de su hijo, el hombre tomó a gran velocidad una curva cerrada. El ruido de un fuerte golpe puso fin a las risas infantiles y nubló completamente su visión. Al despertar, vio la expresión de horror en el rostro de su hijo, ya inerte en el asiento.

El hombre se sumió en una profunda depresión. Se sentía culpable de la muerte de su único hijo, siendo esta el detonante del divorcio. Solo, triste y desamparado, ya no encontraba razón para estar vivo, hasta que recibió una llamada.

Un año después del accidente, el director del colegio donde su hijo asistía le llamó, diciendo que un niño idéntico a su difunto descendiente se había presentado en su oficina, diciendo que buscaba a su padre y que no se iría hasta verlo. Al principio, al hombre le pareció una broma de mal gusto que casi lo hace llorar; sin embargo, la seriedad del director y el hecho de que no había razón alguna para que le mintieran lo hicieron creer.

Se presentó al colegio y lo vio. Su hijo estaba sentado afuera de la oficina del director, vestido con una camisa manchada de barro y unos pantalones de mezclilla gastados. Se impresionó al ver el asombroso parecido, pero este no podía ser su hijo, porque el suyo estaba muerto. Habló con el director y le dijo que quería llevárselo; después de todo, fue él quien lo buscó. El director estaba aterrado, pero para quitarse la responsabilidad, accedió.

Las semanas transcurrieron. El hombre estaba muy feliz, había recuperado a su hijo. Este no era como el anterior; era callado y oscuro, como si el diablo le hubiese arrancado toda emoción. Un día, pasaron por la curva que en el pasado había sido testigo de aquel fatídico accidente. “Cuidado con la curva. Ya me mataste una vez, espero que no vuelva a ocurrir”, dijo la gélida voz procedente del asiento trasero


Avistamientos de un ser alado


Hace muchos años sucedieron los eventos que te contaré; yo tenía alrededor de once años en ese tiempo. Mi hermano mayor trabajaba en un restaurante y salía bastante tarde, a las 12:00 am, por lo que siempre había un taxista que lo recogía y lo traía a casa. Quiero mencionar que un tiempo antes de estos hechos habíamos encontrado muerto a nuestro perro en un barranco cercano. Estaba seco, con marcas de mordidas en el cuello y en el lomo, y con los ojos completamente desorbitados, como si hubiera sentido mucho miedo en sus últimos momentos. Lo mismo pasó con un gato que teníamos, pero a este lo encontramos en partes.

Una noche, al llegar mi hermano a casa, entró con una cara de desconcierto porque no podía asimilar lo que había visto. Cuenta mi hermano que al pasar cerca del panteón, el cual no queda muy lejos de casa, él y el chofer del taxi vieron una especie de murciélago enorme detrás de una de las bardas que dividen el panteón de la calle. El taxista dijo que era una gárgola y que no había nada de qué preocuparse. Solo avanzaron unos cuantos metros cuando la criatura se paró frente al taxi. El chofer de inmediato se detuvo y puso las luces altas, lo que les dio una mejor visibilidad. Mi hermano dice que tenía unas alas como las de un murciélago, pero muy grandes; sus ojos eran grandes y negros; su cuerpo era similar al de un humano, pero con una apariencia muy fea; estaba cubierto completamente de un pelo gris. Mi hermano calcula que medía aproximadamente dos metros de altura y que sus alas extendidas eran del largo de un auto, entre 4 y 5 metros. Dijo que la criatura no estaba sola, muchos perros corrían y ladraban ferozmente detrás de ella, no saben de dónde salieron. Mi hermano cree que esa criatura fue la responsable de la muerte de los animales de la casa.

Semanas después del avistamiento, obligado a pasar por el camposanto, mi hermano sintió que lo observaban y le pidió al taxista que acelerara el paso. Este lo hizo, pero a pesar de avanzar, el sentimiento no desaparecía; empezaron a ponerse histéricos. Era como si aquello que los hacía sentir incómodos se encontrara dentro del mismo taxi. De repente, aquella profunda oscuridad del exterior lentamente comenzó a cambiar. Progresivamente, la noche se tornó roja, un rojo muy intenso. Frente a ellos vieron a la misma criatura de antes volando a unos cuantos metros del suelo, y efectivamente era quien los había estado observando. Ambos entraron en pánico. El taxi avanzó a máxima velocidad y la criatura sobrevoló el vehículo. Llegaron a salvo a casa, pero estaban muy asustados.

Desde el segundo avistamiento, mi hermano cuenta que en varias ocasiones durante la noche, algo caminaba en el techo de la casa pasadas las 12. Cuenta que una vez se atrevió a salir y confirmar qué era lo que caminaba en el techo. El techo era de lámina transparente y se podía ver hacia fuera. Lleno de curiosidad y miedo, se asomó y su sorpresa fue tal que vio a ese ser alado y enorme. Esta criatura trataba de meter sus garras por un agujero del techo. Era lo suficientemente grande y fuerte como para arrancar la lámina, pero no lo hizo; se fue volando con sus enormes alas. Mi hermano no se quedó tranquilo esa noche; pensó que volvería. Jamás volvió.

En otra ocasión, un amigo me platicó que lo había visto, pero esta vez la criatura iba caminando. Dijo que estacionó muy cerca de su casa, en un lugar muy despoblado. En la oscuridad sombría, escuchó cómo arrastraban algo. Volteó y lo vio caminando; lo que arrastraba eran sus alas. Caminó lentamente hacia los sembradíos y desapareció en la noche.

Otra persona que lo ha visto fue mi amiga. Me contó que su novio trabajaba en la escuela del pueblo. Él y sus alumnos salieron a hacer un recorrido a los cerros. Estando allá, un alumno de pronto avisó a los demás que había algo extraño muy cerca de donde estaban, y cuando fueron a ver, quedaron boquiabiertos todos, pues se trataba de una especie de animal, un hombre murciélago. Se encontraba cubierto por sus propias alas, estaba de espaldas. Metros atrás de la diabólica criatura se hallaban huesos y sangre, mucha sangre. No pudieron distinguir si los huesos eran de animales o de personas, y eso los perturbó. El profesor asumió que la criatura que se encontraba frente a ellos estaba muerta. No se movía y tampoco mostraba ningún tipo de descomposición. El profesor llamó a la policía y les explicó todo. Estos no tardaron en llegar en compañía de los militares. Preocupado, un niño le preguntó a un soldado qué es lo que harían con el ser tan extraño. Este le contestó que lo llevarían para hacerle pruebas y tratar de averiguar qué era exactamente. En los siguientes días, llegaron militares, pero no eran de nuestro país. Se apropiaron del área, acordonaron la zona y recogieron todo lo relacionado al caso. Luego de esto, limpiaron el área y se fueron. No dieron ninguna explicación, así que todo quedó en el olvido.

He dedicado mi vida al estudio y persecución de este ser tan extraño. Creo ahora que este animal se oculta en unas ruinas no muy lejos de aquí. Estas ruinas guardan mucho misterio; además, se sabe que son frecuentadas para hacer brujería.

Por último, quiero contar la ocasión en que un taxista que me llevaba a casa de vuelta de la ciudad me preguntó si no era este el pueblo donde aparecía el diablo. Al principio no sabía de qué hablaba, hasta que lo describió como aquel ser que ya varios han visto. Me atreví a preguntarle si él lo había visto y me respondió que sí. Dijo que una tarde lluviosa le tocó venir a dejar a un cliente muy cerca del panteón. Cuando se disponía a irse, vio cómo ese hombre murciélago salió aleteando como queriéndose parar en su taxi. Cuenta que salió a toda velocidad de aquel lugar y no había vuelto desde entonces. Eso fue hace un año.

Realmente dudo que sea el diablo o que simplemente sea un ejemplo de que no estamos solos en este mundo. Sé que hay fuerzas y entes que desconocemos o que decidimos ignorar. Sé que algo siniestro acecha a este pueblo. Quedé fascinado desde la primera vez que lo escuché a mis 11 años y no he parado de buscarlo e intentar saber más sobre este extraño ser. Estoy seguro de que conoce mis intenciones y sabe que no le tengo miedo, razón por la cual nunca se me ha aparecido. Sé que suena ridículo, pero, aunque nunca me lo he cruzado, lo conozco. Sueño con ver esas alas enormes y esos ojos negros… sueño con ver alguna vez a ese ser alado.


Deseo oculto


Es difícil creer en un amor que parece imposible. Es penoso aferrarse a un amor que ni siquiera está ahí. Cada vez que pienso en él mi corazón se paraliza y una mezcla de amor y odio alimenta mis venas, lo amo tanto.

Últimamente he pensado como sería mí vida si lo intentásemos, pero el problema es que el único que quiere intentarlo soy yo. Consciente soy que quizá lo que siento no es real, porque bien se sabe que el amor más fuerte es el que nunca se llega a concretar. Lo amo con todas mis fuerzas y lo deseo tanto que al dormir no puedo pensar en otra cosa que no sea en él. Todo parece perfecto en mí cabeza, pero luego recuerdo que él no me ama, sino que me odia. Ambos tenemos perspectivas del otro muy distintas. Para mí él es el hombre perfecto, pero para él yo soy el enemigo. 

Y es por eso que hoy al verlo lo haré pedazos. Yo no puedo vivir sin que él sea parte de mí. Si se rehúsa a amarme tendré que matarlo, porque nadie más puede tenerlo si no sólo yo ¿Acaso él no ha entendido que no se pertenece a sí mismo? Sino que el dueño de su cuerpo y su ser es el que dice odiar. Soy yo su mayor motivación para despertar, aunque él no lo acepte. Su misión es matarme, pero yo simplemente lo ignoro. Aunque estoy dispuesto a morir si se postra ante mí y me dice que soy el hombre de su vida y que nada sería si no fuese por mí. En ese momento sería todo suyo y su misión cumpliría, pero muerto estaría feliz sabiendo que no será lo mismo sin mí. Pero si niega el amor que me tiene y se atreve a dejarme, su garganta cortaré para que a nadie más le pueda cantar. Sus manos quemaré para que sienta lo que yo al no poder tocarlo. Si se niega a amarme lo privaré de sus ojos para que solo me vean a mí.

Y después de que sea no más que una masa con vida, le explicaré que todo lo que hice fue por amor. Porque nadie más podrá a amarlo tanto como yo lo hacía ¿quién estaría dispuesto a matar a su razón de ser? Le explicaré que, si en vida no pudimos estar juntos, fue porque él se rehusó a hacerme feliz. Pero que no se preocupe, porque muerto él también muerto yo, pero en el infierno hay mucho espacio para que paseemos los dos. 

Quizás en ese momento no entienda porque lo hago, pero debe entender que para amar hay que renunciar. Cuando seamos felices me agradecerá la dura decisión y sacrificio que tuve que tomar. Él sabrá que matarlo para mí no fue fácil, pero era más difícil vivir sin nuestro amor. Pero todo esto que digo es solo un supuesto, esperemos que hoy cuando venga esté dispuesto a amarme.


Para Van Helsing

Firma Drácula


Entre el Cafetal


La muerte de Don Pepe, mi tío, sumió a toda la familia en una profunda tristeza, especialmente a mi tía, quien ahora era viuda. Con el tiempo, ella encontró la forma de recordar a su marido de manera sana y se adaptó a la vida sin su presencia. Desde que mi tía superó la depresión, el nombre de Don Pepe jamás volvió a mencionarse. Solo mencionarlo podría ser el detonante de otro episodio depresivo. Por esta razón, podría decirse que quedó olvidado. Hasta aquella noche en el cafetal.

En un umbroso lugar llamado Cantón, me hallaba una noche frente a unos cafetales. Cuando era niño, vivía en una casa pequeña que colindaba con una enorme plantación de café. Aquel sembradillo representaban para mí un mundo impresionante; un laberinto misterioso con cientos de caminos, donde a cada paso había algo por descubrir.

En aquel entonces, me la pasaba jugando con mis hermanos entre el cafetal. A veces imaginábamos que éramos exploradores en busca de una bestia salvaje, o que teníamos que escondernos de algo que nos perseguía.

Recuerdo que mis hermanos mayores afirmaban que entre el café se ocultaba Don Pepe, nuestro tío. Aseguraban que mi tío no estaba muerto, sino que se escondía entre los arbustos. Decían que a veces, cuando jugaban, podían escuchar su voz, la voz de Don Pepe. Nunca les creí, así que me llevaron para que lo escuchara yo mismo.

Fue una noche, cuando la luna estaba llena y resplandecía en el cielo, vi claramente a mi tío parado entre el cafetal. Quedé atónito al verlo; vestía como de costumbre y llevaba su característico sombrero. Pero, ¿cómo podía ser eso? Me sobresalté aún más cuando me saludó.


—Hola —dijo de forma plana.


Hablaba como siempre. Su tono de voz era el mismo, al igual que sus gestos. Sin embargo, había algo extraño en Don Pepe esa noche, algo que no podía definir, pero que me produjo escalofríos.


—¿Qué haces aquí, tío? —pregunté, sabiendo que estaba muerto.


—Me siento muy solo —respondió.


—¿Por qué?


—Porque ya nadie viene a verme. Intento hablarles a tus hermanos, pero huyen al escuchar mi voz. Siempre los veo jugar a lo lejos.


Sentí miedo y un nudo en la garganta me impidió seguir conversando. Miré hacia atrás, esperando ver a alguno de mis hermanos.


—Tengo… tengo que irme —dije tembloroso.

De inmediato me di la vuelta y eché a correr. Cuando llegué a la casa, les conté a mis hermanos lo que había sucedido. Ellos me acompañaron hasta el lugar donde mi tío Don Pepe se encontraba. Pero, cuál fue nuestra sorpresa al descubrir que, en lugar de mi tío, había un espantapájaros. Era casi de la misma estatura y llevaba el mismo sombrero característico.

Aunque en esa ocasión no comprobamos su presencia en el cafetal, mis hermanos y yo sabíamos que Don Pepe estaba ahí, escondido en alguna parte. Desde ese día, entramos al cafetal a buscarlo, porque ni siquiera siendo ahora adulto, olvido esa experiencia. Y sé con toda certeza que mi tío está ahí, esperándonos.


El monstruo del armario


Había una vez un niño llamado Noel quien era bastante cariñoso y alegre. Un día, por temas laborales,  se mudó con su madre a otra ciudad.

La casa era más bonita y amplia que la anterior y la habitación de Noel tenía un gigantesco armario que ocupaba  toda la pared. Al niño no le molestaba su nueva vida, tendría que acostumbrarse, pero eso era todo. Sin embargo, había algo que lo incomodaba, una idea: estaba seguro de que algo vivía en el interior de su armario.

A pesar de que Noel ya tenía edad suficiente para no temerle a los monstruos, le atemorizaba bastante ser observado en las noches por una criatura más que desconocida.

Una noche su madre se levantó para ver si dormía tranquilamente, lo encontró sentado frente al armario entre gritos y sollozos ahogados por la almohada. La madre sorprendida se quedó mirando fijamente el armario de Noel, de donde emergió una mano larga y huesuda.

La madre retrocedió aterrorizada, ya que pensaba que todo era parte de la imaginación de su hijo.  Sin embargo, ella también podía verlo, también podía ver al monstruo. Noel volteó a verla con lágrimas en los ojos, tenía miedo.

Tranquila señora, -dijo una voz profunda procedente del armario- solo vengo a hacerle compañía…

La mano huesuda con apariencia fría acarició la cabeza de Noel. Ella no sabía qué hacer, tenía miedo de actuar, no quería que el monstruo se molestara, no quería que hiriera a su hijo.

- Lo sé. -respondió con voz temblorosa-

Al monstruo le impresionó que la mujer fuese tan comprensiva, así que decidió cambiar un poco el juego. Tomó fuertemente la cabeza de Noel y lo arrastró al interior del armario haciéndolo desaparecer en la oscuridad.

La madre pegó un grito y despertó sudorosa. Noel a su lado también despertó.

- ¿Estás bien mamá? -preguntó el niño- Creo que tuviste una pesadilla.

- Creo que sí hijo, creo que sí…


Un demonio en el confesionario


Había sido un día largo. Su labor comenzó a las cinco de la mañana y su última misa fue a las seis de la noche. Antes de cerrar, el padre acostumbrara a abrir el confesionario. La noche es buena para confesarse; las personas siempre están más reflexivas caído el sol.

El padre tomó su lugar y se preparó para escuchar a los fieles. Confesar es uno de sus sacramentos favoritos. Ver como los penitentes se van con alegría y paz, es la mejor recompensa para un sacerdote. Para él, el mejor psicólogo es el confesionario. Dios sana y Dios transforma, según el amor y la humildad del penitente.

Era una fila larga, de diez a quince personas. Aunque es hermoso, confesar es muy duro para un sacerdote. Debe ser ese oído de compasión y misericordia que el penitente necesita y al mismo tiempo el cesto de basura donde todo aquel que se confiesa se desahoga.

Antes de comenzar, el padre echó un último vistazo a la fila y notó algo extraño. En la fila del confesionario había un demonio. Este demonio tenía forma de hombre y no era fácil de reconocer a simple vista. El padre lo vio fijamente y le preguntó:

- ¿Qué vienes a hacer aquí?

El demonio muy sereno, se separó de la fila y dijo:

- He venido a hacer lo que se ha hecho siempre. He venido a engañar y a persuadir, estoy aquí para tomarlos. -el demonio prosiguió- ¿Te has has fijado que nadie tiene miedo al momento de pecar? Sin embargo; cuando tienen que afrontar las consecuencias del pecado o confesarlos todos sienten miedo y vergüenza ¿Por qué crees que es? Es por mí, es porque están sólos. 

El padre se quedó perplejo, pero se asombró aún más al notar que ninguno en la fila era consciente de lo que sucedía. Todos lo veían a él, sin siquiera notar la presencia del demonio. Interesado por el qué sucedería, dio comienzo.

La primera persona en la fila entró al confesionario, era una mujer. El demonio se subió a la espalda de la mujer y comenzó a susurrarle en el oído, ésta parecía muy tranquila.

- Ave María purísima…

- Sin pecado concebida.

- Perdóneme, padre, porque he pecado. Voy a matarme. -dijo la mujer-

El padre observó como el demonio enterraba sus garras en la espada y cuello de la mujer. Le susurraba cosas que no era capaz de oír, pero atreves de los ojos de la mujer supo que lo que decía era terrorífico.

Fue entonces cuando el padre entendió que el demonio es quien nos infunde terror y nos priva de nuestra naturaleza, ser buenos. La mujer no tenía intenciones de matarse, pero como humanos somos influenciables e inseguros que el demonio se aprovecha de ello para encriptar horribles ideas en nuestra cabeza.

- Mujer, no debes hablar así. Cuéntame qué te angustia, estoy seguro de que podré ayudarte. 

- Nadie puede-respondió llorando-.

- Dios puede, para Él nada es imposible.

Conforme la conversación avanzaba, el demonio comenzó a hacerse pequeño. Con el paso de los minutos el demonio se desintegró, hasta no ser más que humo negro. La mujer salió del confesionario tranquila y limpia. Ya no sentía culpas, ni tampoco sentía deseos de matarse.

El padre se sentía realizado, ya que como sacerdote es su obligación atender a cualquier creyente que quiera ser escuchado en confesión. Se tomó de la cabeza y sintió como el peso de las palabras le era quitado por Dios, para nuevamente quedar fresco para el siguiente penitente. Antes de darle ingreso, escuchó una voz que dijo:

- Quizás hayas limpiado a esa, pero recuerda padre que somos muchos.

A pesar de la amenaza, el sacerdote se quedó tranquilo, porque sabía que el poder y la autoridad de Dios estaban de su lado y ningún demonio le impediría cumplir con su misión.  


El aniversario


En una pequeña casa perdida en el campo, un hombre solitario se sienta frente a una mesa cubierta con un mantel blanco, ahora manchado de sangre seca y polvo de hueso. La mesa está repleta de comida en distintos estados de descomposición: frutas podridas, carne pútrida y postres cubiertos de moho. El hedor de la muerte impregna el aire.

"Si me hubieras escuchado, no estaría comiendo solo", susurra el hombre con voz ronca, mientras sus ojos vacíos miran fijamente hacia el jardín a través de la ventana, donde las sombras de los árboles parecen moverse con vida propia.

De repente, una mano huesuda y cubierta de tierra emerge del suelo afuera, seguida por el cadáver descompuesto de una mujer. La tierra se agrieta y se desprende de su piel mientras se arrastra hacia la casa, emitiendo un gemido angustiado. El hombre observa con horror, aunque su rostro no muestra ninguna emoción, solo vacío.

La mujer se sienta a la mesa con movimientos torpes y mecánicos, su carne putrefacta goteando líquidos oscuros sobre el mantel. Su mirada está vacía, perdida en la eternidad de la muerte. "Disfruta la comida", murmura con voz ronca y apagada, "porque no volveremos hasta el año siguiente".

Es entonces cuando la verdad se revela en toda su oscuridad: ambos están muertos, condenados a vagar por la eternidad en esta macabra celebración de su aniversario. Él, un asesino que arrebató la vida de su esposa en un momento de ira ciega, y ella, la víctima de su brutalidad que ahora comparte su destino en la muerte. Juntos, se reúnen una vez al año en este festín grotesco y macabro, recordando el horror de sus vidas pasadas mientras esperan el próximo aniversario para repetir el ciclo una vez más.


Los ahorcados

 

Érase una vez un hombre perdido; que un día caluroso, con un cielo despejado y un sol que le quemaba el alma encontró mientras paseaba a unos ahorcados.

Dos hombres estaban colgados del tronco de un árbol. El viento caliente y seco del desierto, los sacudía cual campanas. Sus pies colgaban un metro y medio sobre el suelo y debajo de ellos el sobrante de una soga. Era más que obvio que estaban muertos, pues las aves se habían comido sus ojos y su piel era más que pálida.

Los hombres vestían ropas humildes, propias de campesinos, sus manos marcadas por el trabajo arduo y el esfuerzo físico. El hombre perdido sintió un nudo en la garganta al contemplar aquella escena desgarradora y pensó para sí mismo: "Seguramente fueron víctimas de la desesperación, llevados al límite por la preocupación y el tormento".

Dispuesto a seguir su camino sin rumbo y dejar atrás la imagen perturbadora de los ahorcados, una voz desgarradora lo detuvo en seco. Los gemidos lúgubres y desgarradores de los ahorcados lo paralizaron. El hombre perdido, helado por el terror, se giró lentamente y vio cómo los cuerpos se retorcían como si estuvieran poseídos, emitiendo sonidos angustiantes y sin sentido. Uno de ellos, con mucho esfuerzo, aclaró su garganta y dirigió unas palabras al otro, que permanecía en silencio.

-      - ¿Escuchas? Creo que alguien nos ha encontrado. -Su compañero permaneció en silencio- ¿Hay alguien ahí? -preguntó desesperado- Las aves se han comido mis ojos, no puedo ver nada.

El hombre perdido, inundado por una mezcla de miedo y compasión, respondió con voz temblorosa: "Sí, estoy aquí".

Un suspiro de alivio escapó de los labios del ahorcado.

-       - Que bueno, pensé que me había vuelto loco. Llevo aquí colgado quien sabe desde cuando y mi hermano dejó de hablar hace mucho tiempo. -el otro permaneció inmóvil-

El hombre perdido sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras contemplaba la escena surrealista frente a él. Se apresuró a intentar liberar al ahorcado, pero este lo detuvo con un gesto fatigado.

-        - No te molestes, ya estamos muertos. -dijo con tono cansado que en el fondo denotaba paz-

-        - ¡¿Qué?! -respondió retrocediendo-

-       - No te hagas el sorprendido, tú ya lo sabías. -condenó frío- ¿Qué te trae por aquí? Estás muy adentrado en el desierto.

-       - Estoy perdido. -respondió triste-

-       - Nosotros también nos perdimos, Pero nuestra desesperación nos llevó a subirnos a nuestro caballo y a colgarnos de este árbol.

-        - ¿Y dónde está el caballo? -preguntó con esperanza-

-       - Escapó cuando escuchó el crujido de nuestros cuellos. -respondió el ahorcado-

El perdido pensó alejarse del ahorcado, puesto que quedó horrorizado al escucharlo, sin embargo; si llegaba a retirarse, solo le esperaría un largo transcurso de silencio que repentinamente acabaría en la muerte, así que se quedó. Buscaba alimento, agua y refugio, pero dudaba mucho que su nuevo amigo supiera algo; porque si lo hiciera no se hubiera ahorcado.

-        - Hombre… -preguntó el perdido- ¿Qué me recomiendas? ¿Qué puedo hacer para salir de aquí? De verdad te digo que no quiero morir.

-        - Te recomiendo que nos acompañes y te mates. -respondió- No tienes por qué hacerle la guerra al desierto, ni exigirte a ti mismo lo que sabes es imposible. La libertad que buscas no está en el futuro.

-         - Pero… -dijo tembloroso- Dios me ha dado la vida y solo él puede quitarla.

-        - Los antiguos sabios se daban la muerte como prueba de madurez. -respondió el ahorcado- ¿Prefieres un camino de agonía y sin gracia o ser el dueño de tú vida? Con el suicidio rescatarías tú vida de este desierto y de la desesperación. Si te vas ahora, sólo estás posponiendo tú muerte.

El hombre perdido analizó lo que el ahorcado le había dicho. Bajó la vista y vio el sobrante de la soga, el cual era lo suficientemente largo como para ahorcarse. Aunque pasaba por dificultades y sufría físicamente, consideró que es inevitable que ocurran sucesos que nos duelen, sin embargo; podemos responder de forma distinta y evitar el suicidio.

La vida requiere esfuerzo y el suicidio no aporta soluciones. A veces pensamos que ya no hay razón para vivir, pero todos merecemos poder rectificar y recordar lo importante que somos y que aún nos quedan muchas experiencias positivas por vivir. Aunque no nos demos cuenta, con el tiempo todo mejora.

-        - Para ti ya es muy tarde, -dijo el perdido- pero para mí no. Tus palabras pesimistas me hicieron recordar lo bella que es la vida y aunque es difícil de vivir, es igual de dulce. Déjame bajarlos a ti y a tú hermano y hacerles un entierro.

-         - No te molestes, buen hombre. -respondió el ahorcado- Solo antes de que partas quiero preguntarte, ¿Qué harás? ¿A qué te aferras?

-       - Buscaré ese caballo tuyo y lo montaré hasta salir de aquí. Y ¿a que me aferro? Realmente a nada, pero como dije: De verdad no quiero morir. Tengo mucho que ver y mucho que  sentir para morir ahora.

Dichas estas palabras, el perdido siguió su camino y el ahorcado lo miró con asombro, sorprendido por su determinación. Vió cómo desaprecía en la distancia y de corazón le deseo la mejor de las suertes. Lágrimas brotaron de sus cuencas vacías.

-            Hermano, -le dijo al cuerpo que colgaba junto a él- Ahí va uno entre muchos, espero salga de aquí.

 


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